jueves, 18 de agosto de 2011

LA NAVAJA (Cuento corto)

L A NAVAJA

El maestro carpintero se acercó al dueño de casa y le entregó una cajita alargada que denotaba a todas luces que había pasado muchos años oculta en algún lugar de la añosa casa ubicada en el cerro Barón de Valparaíso.

-Esto lo encontré en el entretecho- dijo; Y sin más, dio media vuelta y siguió en su labor de reparar el techo de la vivienda, que era para lo que había sido contratado por don Rubén. La última lluvia de ese mes de Agosto del año 2011 había mojado el escritorio del anciano, y éste, que ya no estaba en condiciones de reparar el destrozo, delegó esta función en el carpintero del sector. Con la pequeña caja de madera se sentó en la silla de mimbre que daba al jardín y, desde donde se veía el mar y parte de la Dársena que a esa hora del día mostraba gran movimiento. Sacó un viejo pañuelo y limpió el polvo acumulado por décadas y que permanecía pegado al pequeño cofre.

Los ojos grises del hombre se humedecieron al abrir la pequeña arca…lo recordó todo: ¡Era la navaja de afeitar de su padre!, la misma que estaba perdida y olvidada por sesenta años, pero como el cerebro humano guarda y atesora las cosas más impensadas; vinieron a su mente esas vivencias ocurridas hace tantos años y eso ocurrió en ese instante…

“La navaja…pásenme la navaja”. Los recuerdos se atropellaron…su padre golpeado por dos hombres…motivos: La compra de una propiedad. ¡Sí!, era la misma casa que había heredado. El, con doce años de edad, había corrido al interior de la propiedad en busca del artilugio (en ése momento un arma) que su padre pedía. Con la caja en sus manos, miró hacía la entrada del cité “del hombre solo” por si divisaba al “Totó”, un pescador y malandrín de poca monta que siempre estaba afilando su cuchilla (puñal por las noches) en el cemento de la entrada del cité. No estaba. De nada habría servido pedir la ayuda, pues era un niño y los “choros” de esos tiempos no se relacionaban con chiquillos. En esos momentos los agresores de su padre se habían alejado un poco, el agredido insistía en tomar desquite con el arma cortante. Rubén dudó por un instante y al ver que nadie le miraba, arrojó el pequeño estuche lejos, muy lejos…su padre no debía mancharse las manos en gente de esa calaña.

Entre la batahola y el bullicio de la riña y la llegada de los Carabineros, amén de los comentarios y chismorreos de la vecindad (que durarían por varios días), nadie se acordó más de la navaja. Sólo Rubén los recordaría por algún tiempo. Su padre nunca tocaría el tema de la pelea. El tiempo inexorable fue borrando lo ocurrido.

Ahora unas gotas de lluvia, venían a desentrañar el misterio de la navaja perdida. El nuevo techo cubriría con su manto de olvido las telarañas y polvo que fueron testigo secreto del lugar en que estuvo por tantos años y que un niño, tantos años atrás arrojó, previniendo una tragedia. Hoy, en el escritorio de Rubén y en un lugar de privilegio está la pequeña caja que aún conserva el color y aroma de esos años idos.

José Manuel Florenti

Valparaíso 2011.